Revista de artes escénicas, de distribución gratuita, producida en Entre Ríos, Argentina.
martes, 19 de julio de 2016
Postales del 12º Festival de Teatro de Rafaela
Por el viaje sonoro de Monstruos que propone el Bineural-MonoKultur (Córdoba) en el laberíntico escenario de maquinarias viejas del Museo Municipal Usina del Pueblo, de Rafaela.
Valija, de Transhumantes Circo, que
se vio en la Carpa de Circo, con las divertidas peripecias de Darío Curti y Hugo Amado.
Apenas un instante de la desopilante historia que acerca La piel del poema de Ignacio Bartolone.
En Como el caracol, Hilario Vidal es Chicho Capucho, un tierno personaje que invita a reir y divertirse, sin necesidad de exaltar, gritar ni faltar el respeto al público, como suele verse en algunos espectáculos para niños, sino simplemente apelando al juego, ese que atraviesa todas las generaciones.
La plaza Eva Perón, uno de los lugares en la que se hizo, colmada.
Aquí... Rudy Guemes se lució con su Espectacular espectáculo, en la función que dio en la placita José Hernández.
En esta estampa del público, se refleja y sintetiza tal vez, el espíritu de este feliz festival o feliztival, como se lo denominó en esta edición.
sábado, 9 de julio de 2016
“El cruce”, última producción de Teatro del Bardo
Cuando los márgenes
se atraviesan y cuentan
Mónica Borgogno
El cruce es una obra coral, coreográfica, musical. Los tres adjetivos bien le caben.
Distintas voces y relatos se escuchan, ven y viven. Los actores de este nuevo trabajo de Teatro del Bardo, Juan Kohner, Toño López y Andrés Main, se desdoblan en personajes queribles que habitan un margen, no importa cuál, salen de una orilla descuidada y perseguida, ansían otra orilla, otro horizonte tal vez. Y entonces los actores se salen de las composiciones que hicieron de unos increíbles Francis, Paulo y Berger, para relatar una y más historias, cantar, bailar. Son actuaciones pregnantes, de esas que interpelan, que atraen y que no necesitan escenografía, porque con estos actores uno ve el ranchito cascoteado y quemado, un camino rojizo y largo por el que corren, un río que espera ser atravesado, la selva y sus cuentos.
se atraviesan y cuentan
Mónica Borgogno
El cruce es una obra coral, coreográfica, musical. Los tres adjetivos bien le caben.
Distintas voces y relatos se escuchan, ven y viven. Los actores de este nuevo trabajo de Teatro del Bardo, Juan Kohner, Toño López y Andrés Main, se desdoblan en personajes queribles que habitan un margen, no importa cuál, salen de una orilla descuidada y perseguida, ansían otra orilla, otro horizonte tal vez. Y entonces los actores se salen de las composiciones que hicieron de unos increíbles Francis, Paulo y Berger, para relatar una y más historias, cantar, bailar. Son actuaciones pregnantes, de esas que interpelan, que atraen y que no necesitan escenografía, porque con estos actores uno ve el ranchito cascoteado y quemado, un camino rojizo y largo por el que corren, un río que espera ser atravesado, la selva y sus cuentos.
Es que la obra que se acaba de estrenar este viernes 8 en la Carpa de Teatro y Circo La Moringa, parte del cuento El cruce de Sebastián Borkoski, un joven y prolífico escritor nacido en Misiones y de relatos de Horacio Quiroga. Valeria Follini es quien los hilvanó y Gabriela Trevisani, la responsable de la dirección. Es el primer trabajo como directora de esta conocida actriz de Teatro del Bardo y se lució. El espectáculo tiene detalles e imágenes de su fina y precisa mirada, siempre atenta al aporte de los otros. Al leer la ficha técnica uno puede ver la valía de tantos ojos y disciplinas conjugadas en este trabajo, pero también en esas instancias de preestreno con otros espectadores y directores capaces de señalar, cuestionar o celebrar, que supo hacer y valorar Trevisani acaso para asegurarse el resultado que finalmente se vio: aplauso prolongado, risas contagiosas, celebración del buen teatro.
Cuando uno entra a ver El cruce, entra con una foto y una semillita de regalo. Por la misma puerta también entran luego los actores que se acercan a los espectadores con una consigna sencilla, con un ánimo y una cantina al costado que invitan a distender. Y la obra relaja y de a poco uno empieza a reír del juego de los actores, a meterse en esas historias que recuerdan y vivencian, y a disfrutar de la repetición de una escena, cuasi cinematográfica, que potencia su sentido e impacta doblemente sobre el espectador, o bien de su contrario, el congelamiento de un momento que descoloca o ubica al que mira y ríe, para que piense en todos esos entrecruzamientos de sentidos que de manera compleja y amena a la vez, propone esta obra.
El espectáculo se completa con el trabajo en luthería y objetos a cargo de Jani Toscano y la asistencia coreográfica de Juancho Capurro que merecen una mención especial, uno porque sorprende y permite la magia de sacar música de un rifle, un tacho o una tabla de lavar, el otro porque colabora en impresionar y hacer hablar a todo el espacio.
Así, aquella semilla que ofrenda El cruce, seguro germinará pronto en más espectadores que irán en busca de las emociones e imágenes que aquí se comparten o tantas otras que cada uno pueda imaginar.
Fotografía de Felipe Toscano |
El espectáculo se completa con el trabajo en luthería y objetos a cargo de Jani Toscano y la asistencia coreográfica de Juancho Capurro que merecen una mención especial, uno porque sorprende y permite la magia de sacar música de un rifle, un tacho o una tabla de lavar, el otro porque colabora en impresionar y hacer hablar a todo el espacio.
Así, aquella semilla que ofrenda El cruce, seguro germinará pronto en más espectadores que irán en busca de las emociones e imágenes que aquí se comparten o tantas otras que cada uno pueda imaginar.