sábado, 30 de abril de 2011

Crónica

Lo que más me gustó de
La chatita empantanada


Lo que sigue es apenas una suerte de ejercicio de escritura a la salida de una función de teatro. No busquen nada académico, sino una simple crónica en primera persona, una estampa de lo que pasa dentro y fuera de una sala, antes y después de la obra.


Mónica Borgogno

El 11º Encuentro Regional del Teatro que desde el miércoles y hasta el domingo se está desarrollando en Paraná, está significando una verdadera panzada de buen teatro, ése que emociona, divierte o hace pensar.
En la programación de este jueves 28 estaba La chatita empantanada, una obra escrita y dirigida por Sandra Franzen, del grupo de Teatro Llanura, de Santa Fe.

Antes de estacionar la moto, el cuidador de vehículos de Corrientes al final, -donde se encuentra la sala del Centro Cultural y de Convenciones La Vieja Usina en la que se hacía esta obra- informaba que la obra comenzaba a las 23. Ya lo sabíamos porque a eso íbamos hasta allí, pero igual le agradecimos el dato. La gente empezó a llegar y nosotros a repartir los ejemplares del número 1 de La Otra Butaca, una revista de artes escénicas que cuenta con el apoyo del Instituto Nacional del Teatro.

Entre tantos, se arrimó un joven que frenó su skate y preguntó qué pasaba ahí, por qué había tanta gente. El cuidador le explicó y ahí el joven sumó otros datos más. Se fue. Al ratito, apareció de nuevo, ahora con su patineta bajo el brazo, sacó la entrada y luego entró a ver la obra.

Con olor a tinta fresca, de recién salida de la imprenta, comenzamos a distribuir las revistas que un reducido grupo, dirigido por el investigador y director Guillermo Meresman, hicimos a todo pulmón.

Finalmente entramos y vimos La chatita empantanada. Disfrutamos. Si alguien preguntara qué fue lo que más me gustó diría el color local del texto de Franzen, la homogénea actuación de los tres personajes de la obra, Eduardo Fessia, Jorge Ricci y Teresa Astillarte.

Si pienso un poco más, diría que me gustó ese empantanarse hasta los huesos, la voluntad de llegar a donde se quiere y si no se puede tal como se pensaba, igual soñarlo o intentarlo.

Había un bibliotecario que tenía su conferencia en la punta de la lengua, una mujer que quería saber si su maquillaje estaba bien para una presunta cita de amor y otro hombre, enamorado de su máquina como si fuera una mujer, que lo intentaba todo, incluso orientarlos. O desorientarlos. Entre paréntesis, la escena del este y el oeste -por llamarla de algún modo- que en particular protagoniza Eduardo Fessia, hace llorar de la risa con sus juegos de lenguaje, sus revoleos absurdos para desentrañar el enigma acerca de dónde están parados y su despliegue corporal.

Escuchar una tonada y palabras en piamontés, también me gustó. Es un pequeño detalle que le da un tinte singular a la historia. Escuchar parlotear un poco de ese dialecto hablado por hijos de inmigrantes italianos para putear o contar chistes subidos de tono, reconcilia con los orígenes que hilvanan las vidas de cualquiera.

Salimos. El cuidador de autos, a pesar del frío, todavía estaba ahí. “Me dijeron que estuvo buenísima, no?”, remató. En la próxima, a alguien quizás se le ocurra invitarlo a entrar a la sala y ver la obra. 

1 comentario:

  1. EXCELENTE!!! DA GANAS DE ENTRAR A LA FUNCIÓN... FELICITACIONES POR "LA OTRA BUTACA" UN ABRAZO A LOS DOS.

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