martes, 23 de enero de 2024

Con la cultura en la boca

Mónica Borgogno


Cultura, cultura, cultura. La palabra suena y puede tener un regusto a consumo de pocos, un privilegio de algunos. Algo de eso emerge cuando una junto a un colectivo de artistas, sale a defender la importancia de las políticas culturales. “A quién le interesan esas pavadas” suelen definir-denostar en las redes sociales, al teatro, el cine, la música, los libros, a modo de virulento retruco.

El propio presidente salió a hablar de privilegios y decir que en lugar de “poner plata en películas que no ve nadie”, hay que darle de comer a los chicos desnutridos. Una estrategia discursiva falaz, de manipulación. Cuando alguien señala que ´nadie` consume tal cosa, en realidad es que quien lo pronuncia no lo consume y pretende hacerlo pasar por todo el mundo, cuando no es así. Y hacer bandería con los niños y niñas que pasan hambre y otros atropellos, es como mínimo perverso.

Estamos por estos días invadidos de premisas como “el país está quebrado y no se puede gastar en eso” y el famoso “no hay plata” que conducen a subestimar el valor del quehacer cultural.

Sin embargo, como dice Alejandro Grimson en Los límites de la cultura. Crítica de las teorías de la identidad, al que estoy leyendo por estos días para entender algo de lo que pasa, algo de los enunciados circulantes, acaso para comprender por qué se pretenden recortar los apoyos a las expresiones artísticas, la economía -ese discurso que hoy todo lo invade y que va desde el “no hay plata”, hasta el “déficit cero” y “la inflación y la estanflación” que aparece en el discurso presidencial y en cualquier charla de todos los días-, “no existe sin la cultura”. Enseguida, el autor agrega, trayendo conceptos del pensador crítico Raymond Williams: La cultura “es relevante porque no existe ningún proceso social que carezca de significación. No hay ninguna práctica económica que no sea una práctica de significación. No hay ni podría haber prácticas productivas, intercambios ni relaciones de producción sin significados. Siempre hay un excedente de sentidoEl desafío es reponer la idea de un proceso social total en el que la cultura no es un anexo o una esfera interesante, sino una trama donde se producen disputas cruciales sobre las desigualdades, sus legitimidades y las posibilidades de transformación”, aclara Grimson.

Y ahí es donde el panorama se me abre y todo resulta más claro. Arriba de un escenario se puede enunciar eso que hace ruido afuera, los dolores de la desigualdad, la injusticia, la diversidad o bien, las posibilidades de soñar con cambiar y proyectar este presente. A todo eso se temerá, por eso el cercenamiento, me pregunto. O a todo lo que habilita la trama (como cuando despiden a 15 trabajadores o 50, la conciliación laboral los manda a trabajar y la empresa los exime de ir de nuevo al trabajo por miedo a que tantos, unidos, puedan hacer lío, no?).

Me quedo pensando en el impacto que tiene escuchar por primera vez una orquesta infantojuvenil tocando en la plazoleta de Pronunciamiento y Espejo, o ver una obra de teatro en el playón de barrio San Martín, puertas de entrada de grandes barriadas de Paraná, cuando los chicos y chicas que son público se ven reflejados en sus pares instrumentistas o actores y se contagian las ganas de ser músicos o actrices, por caso, o simplemente disfrutan y se emocionan que no es poco en contextos de gritos, violencias y subestimación.

Aparte leo el documento que la mismísima Oficina de Presupuesto del Congreso, en su análisis de los gastos de cada una de las modificaciones planteadas en el proyecto de ley ómnibus, recientemente difundido, devela. Allí queda en evidencia que el pretendido impacto fiscal que ocasionarían los cambios propuestos sobre el funcionamiento del INT, el Fondo Nacional de las Artes, las bibliotecas populares, el Inamu, el Incaa, representarían $ 0. Por lo tanto es una gran mentira eso de cortar por aquí para que haya plata allá. (y allá dónde será, porque hacia dónde quieren redireccionar, eso nadie lo explica).

“La cultura es la sonrisa que acaricia la canción, y se alegra todo el pueblo, quién le puede decir que no. Solamente alguien que quiera que tengamos triste el corazón”, resume León Gieco.

En fin, ojalá los legisladores piensen de verdad en lo que están haciendo, hayan escuchado y anotado lo que plantearon los tantos sectores afectados que se presentaron en las audiencias públicas y abonen a construir un país más justo y sostenible para los jubilados, para las presentes y futuras generaciones. Ojalá sean inteligentes y sepan defender y dar continuidad a las normativas laborales que costó instalar y hacer que se cumplan. Ojalá no se entregue la televisión pública y su contenido federal y de calidad, instrumento vital para formar, transformar y llegar a cada rincón del país. Ojalá nuestros diputados y senadores comprendan que el toqueteo al sector cultural es un retroceso y en términos económicos… una verdadera desinversión.

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