Reseña de El muerto que baila
Nuevas funciones de El muerto que baila, “una versión muy libre, bien litoraleña, danzada y payaseada de la novela Doña Flor y sus dos maridos, de Jorge Amado”, según define el mismísimo elenco, pudo verse este fin de semana en Casa Boulevard.
En un
registro clownesco y un ritmo que no deja respiro al espectador pero tampoco a
los actores que corren entre bambalinas de un lado a otro, la pieza recrea un
clásico de la literatura y cine brasileño de los años 60 y 70. El argumento, a
los ojos del presente, es un hallazgo en la escena actual de Paraná, pues reactualiza
y revitaliza, con humor y poesía, la perspectiva de género y las conquistas del
feminismo, sin necesidad de bajar línea ni subestimar al público.
“La fantasía
cómica (…) nacida de la vida y emparentada con el arte, ¿cómo no habría de
decirnos también algo sobre el arte y sobre la vida?” se plantea Bergson en su
estudio sobre La risa. Y más adelante, sintetiza: “Fuera de lo que es
propiamente humano, no hay nada cómico. Un paisaje podrá ser bello, sublime, insignificante
o feo, pero nunca ridículo”.
Por tanto, lo
que nos hace reír nos hace pensarnos, podríamos agregar.
La seducción, el amor, los tropiezos o indiferencias, el roce, el sexo, el goce o su ausencia, emergen en esta reversión llena de picaresca, musicalidad y baile que contagian hasta al más desprevenido. Y nos hace reflexionar sobre lo ridículos que podemos ser en la vida social, afectiva o íntima, en lo que ofrece y quita una vida de pareja, o en la felicidad de los gestos pequeños y cotidianos.
![]() |
| Trabajos actorales sorprendentes, muy bien dirigidos por E. Caridad. |
Gustavo
Bendersky, Nahuel Valiente y Constanza Sampietro, son aquí actores capaces de
componer un sinnúmero de personajes en un verdadero santiamén, de lucirse como bailarines
y hasta acróbatas por todo el escenario, arriba o detrás de un armario que por
momentos es un bar de pueblo y por otros, un espacio que esconde personajes,
fantasías, objetos. El despliegue escenoplástico así como el lucido y resaltado
vestuario, con las telas y colores precisos, utilizados para cada ocasión o
personaje nuevo, para hacerlos volar, seducir o reír aún más de lo que ya dicen
los actores y la actriz con sus gestos y miradas exageradas, es mérito de
Andrea Fontelles.
En tanto Ezequiel
Caridad, quien desde hace años viene formándose, formando y sobre todo destacándose
como actor en piezas recordadas de clown como lo fue la reciente Vida y vuelta,
aquí se pone al frente del elenco en una coproducción de la Compañía teastral y
De lo Urgente.
Celos,
tristeza, desencanto, recato o pasión, son los motores de esta historia y
cualquiera, que emerge en medio de contextos de bailes populares y celebración.
La danza al compás de ritmos litoraleños y luego, del reconocible baión El
negro Simón -acaso para remitir al origen de la producción del país vecino y
sintetizar una escena carnavalesca-, irrumpe para el encuentro, el entramado
amoroso o para una significar una soledad que también puede ser placentera, un
cuerpo que no necesita hablar sino soltarse. Coreografías todas orquestadas por
Constanza Sampietro y Andrés Vega.
El diseño de iluminación, vale puntualizar, por cuenta de Oscar Lescano, resalta y crea los climas de intimidad o algarabía que requiere la obra.
La obra
tiene el poder de contagiar una alegría increíble, se sale de la función en un
estado de sonrisa dibujada que permanece al recordar las pelucas desprolijas y los
gestos alocados de un policía, un borracho o muchacha, las mil estrategias de
acercamiento hasta la consumación sexual sintetizadas con tanta gracia o bien ese
momento en que el clavijero de la guitarra toca sin querer o queriendo el culo
de la amada como remedando el gran final de la película Doña Flor y sus dos
maridos.
La próxima función a agendar es el domingo 16 de noviembre a las 20 en el Centro Cultural Juan L. Ortiz de la capital entrerriana.


No hay comentarios:
Publicar un comentario