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viernes, 3 de mayo de 2024

Macbeth, en dos y más lecturas

Si fuiste, alpiste! o los riesgos de la extinción

Guillermo Meresman

Habitación Macbeth, la versión sobre el clásico shakespereano, de Pompeyo Audivert, se presentó ante un teatro repleto en Paraná. Un rato antes, el maestro fundador de El cuervo, su estudio de teatro en Buenos Aires, había mantenido un diálogo con estudiantes y profesores en el Profesorado que funciona en la vieja Escuela de música, danza y teatro de calle Italia.

Había vuelto una y otra vez, a muchos pensamientos y conceptos vertidos en su libro El piedrazo en el espejo (2018).



En la reseña que publicó la revista digital La Otra Butaca, se escribió “El teatro debe ser la piedra que rompe el espejo. Primero, hasta romper el espejo, el teatro es la piedra, luego de que lo rompe el teatro vuelve a ser el espejo, la piedra sigue su viaje en dirección al centro del misterio a donde van las fuerzas ciegas, el teatro queda en la superficie rota dando cuenta de los restos de una plenitud refleja y a la vez revelando lo que la sostenía como la naturaleza que estaba oculta, paralizada, tras la lápida reflejo”, repite en la contratapa de este valioso libro, su autor, el reconocido Pompeyo Audivert, como un mantra o una bendición.”

En esta adaptación para un solo actor, con música original y ejecución de Claudio Peña, Audivert desata la máquina teatral de sus ideas y asociaciones, y produce con austeros recursos, un fuerte acontecimiento en la realidad. Un martes y apenas unas horas después que miles se manifestaran frente a la Casa Gris en defensa de la Universidad Pública y gratuita.

En su famoso estudio sobre la tragedia, Harold Bloom da sobradas pistas de lo que aparece o imaginamos en escena en este nuevo y arriesgado desafío que asume el actor/director. Ya el comienzo del capítulo 26 del análisis de Bloom nos es inquietante: “La tradición teatral ha hecho de Macbeth, la más desafortunada de todas las obras de teatro de Shakespeare, en particular para quienes actúan en ella”, nos advierte allí.

Por la intensidad, los recursos y procedimientos que pone en juego, por su inteligencia y su capacidad de trabajo, Pompeyo es de los buenos actores que han nacido en Argentina. Hace unos años, en el FTR, pudimos comprobarlo al disfrutar su versión de Muñeca, de Armando Discépolo.

Sistematizadas ahora muchas de sus ideas y enseñanzas, este nuevo Macbeth, esta particular Habitación que trajo a la capital entrerriana, (“terminó siendo más que una habitación, un inquilinato”, se rió luego de la pandemia, cuando se concentró en la tarea), es apenas una dosis del veneno del teatro que está dispuesto a compartir (y que también trajo hace unos años al mismo teatro municipal, Miguel Ángel Sola). Esta habitación es un cuarto, pero en el entra todo el mundo isabelino, toda la sangre de la humanidad y toda la imaginación del universo humano... Entran Macbeth, su mujer y como mínimo otros cinco personajes de la tragedia original.

Por ello Bloom no deja de acudir a Nietzsche y Freud, para revelar, 20 años antes de esta puesta en escena maestra, nuestra, sus relaciones con la culpa, la moral, la responsabilidad social y esas fuerzas que, muchas veces misteriosamente, revelan nuestras acciones.

Es imposible pensar que a Audivert, en el proceso de elaboración de su propuesta (o protesta), en los meses o años en que fue construyendo esta máquina, estas palabras del estudioso norteamericano no hayan despertado deseos: “Gran máquina asesina, Macbeth es dotado por Shakespere con algo menos que una inteligencia ordinaria, pero con un poder de fantasía tan enorme que pragmáticamente parece ser el del propio Shakespeare.”

Pero Habitación Macbeth es no sólo palabras... y silencios; buenas frases o poderosas imágenes, músicas y sonidos envolventes; es sobre todo cuerpo (puro cuerpo), también es espacio, tormento y fantasía y los siete personajes que encarna Audivert. O mejor, es la relación entre uno y otro. Es el cuerpo alto del calvo actor, con sus voces y gotas de transpiración bajo la corona, y esos tres o cuatro artefactos añejos o fabulosos que introduce o saca de la escena. Incluso los objetos, aparecen y desaparecen ante la menor distracción del espectador. A su vez, la imaginación proléptica de Macbeth es absoluta, y esa retórica nos deja aterrados después de leer al Bardo, o de asistir a esta Habitación Macbeth.

Salimos de la función y volvemos a casa en silencio, tocados, afectados, cambiados por la obra, por la fuerza de la creación que todo lo subvierte. No podemos seguir siendo los mismos; no podemos ser máquinas, tampoco... En la doctrina de los epicúreos y los estoicos, la prolepsis es poseer conocimiento anticipado de algo. Para la Psicología, se dice: Anticipación mental de una acción por realizar.

 
Audivert, como Macbeth, labora y amasa eso “que tiene poco que ver con nuestra libertad”, y que además tiene todo que ver con La Libertad. Esta no Avanza, más bien Retrocede ante nuestras fuerzas oscuras, ajenas a las Fuerzas del Cielo.

“El mundo es un teatro cuyas fuerzas no vienen sólo de este mundo, sino de otros costados y eso es lo que el teatro señala” afirmaba el teatrista en una entrevista donde además aclaraba: “Macbeth es una obra que habla de los cambios, y tiene un grado de universalidad notable vinculado a este estar habitados por fuerzas de otra naturaleza, que a veces irrumpen y cambian el destino de un individuo.”

Ya ni las muertes ofrecen sosiego, pues, solamente responsabilidad, razón, consecuencia de lo dicho y lo hecho. Casi lo contrario de lo que mayoritariamente pulula en las redes y el amplio y real orbe. Pero estamos vivos y acaso nos aceche algún milagro. ¿Pero qué es la vida, ay? “La vida es una sombra caminante, un mal actor que, durante su tiempo, se agita y pavonea en la escena, y luego no se le oye más. Es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, y que no significa nada” dice memorablemente Macbeth en el último acto, y repiten los actores hace cuatro siglos y medio·

Tal vez por esto pegue tanto esta obra de Pompeyo. Tanto como el momento político que se vive en el país desde hace unos cien días, golpea, rompe el vidrio de azogue, alecciona quizás.

En este sentido, Audivert parece mucho más seguro aquí que el personaje trágico, que de lo único que está seguro es, ciertamente, del presente de su tiempo eternal. En esta apuesta y como una partitura orquestal, Pompeyo se prostituye, se anima y cambia la piel como el rey de Escocia. En esta cuarta temporada, el espectáculo parece haber cobrado mayor reverberancia aún. Pero el público, la diosa Hécate que creó a este actor, las fuerzas fantasmáticas y las sombras metafísicas, que ya lo seguían, lo continúan espiando.

Aunque claro, como escribió Paco Urondo en la novela Los pasos previos, antes de ser secuestrado durante la dictadura “a Seguro lo llevaron preso”. Y así fue. Y cada función es la última y la primera, entonces…


Habitación Macbeth, o un actor habitáculo oficiando entre escombros 

Mónica Borgogno

Foto de Santiago Massa.
En Habitación Macbeth, la obra que trajo la III edición del Encuentro Shakespeare Entre Ríos, el actor Pompeyo Audivert arranca armando y desarmando, componiendo, con unos gestos mínimos y precisos, sin pausa alguna, a esas tres hermanas brujas que vaticinan el destino de Macbeth. 

Esa escena inicial como las que seguirán, no le dan tregua al espectador y le exigirán algo más que atención. Luego el actor se deshará, se esfumará, tal como desaparecen por arte de magia todas las brujas, para encarnar otros tantos personajes de esta tragedia. 

Cuando uno de esos personajes mira al público y pronuncia la frase: “Los peores traidores, son los mejores actores” y cuando antes, una bruja esbelta y bella confiesa que quiere ser actriz, parece que ahí empezara la función, esta versión del clásico de Shakespeare que llegó para actualizar la dimensión y juegos del poder; desnudar las ambiciones que sin escrúpulos ni límites, violentan; compartir las dudas, culpas, ansias, deseos; o bien, para disfrazar de oráculo lo que es un íntimo deseo de tiranía, tan humano, en el que podemos identificarnos y distanciarnos a la vez. 

En esta versión prevalece la premisa de actuar en un escenario antes que vivir entre la fosa de huesos- del público?-, tal como lo pronuncia uno de los personajes. La potencia de una actuación-creación se convierte en radiante, como teoriza Audivert, en el sentido de irradiar una multiplicidad de sentidos y por eso mismo, subversiva del estado de cosas, de la máquina del vivir y trabajar cotidianos, de lo que nos impone consumir este sistema en el que estamos inmersos. 

La obra invita y golpea a la vez, todos los sentidos, pero no es un teatro que baja línea, eso “sería triste y patético”, al decir de Audivert mismo, autor de El piedrazo en el espejo. Sin embargo, es una pieza política y revolucionaria por la poética que plantea, el modo en que se encadenan las escenas y una música original en escena (Claudio Peña) que persiste, permanece y profundiza. Y por todo ello, tan vital y necesario. 

En El piedrazo en el espejo, precisamente el actor teoriza sobre sus búsquedas, sus métodos, y comparte su concepción del teatro como un caleidoscopio, lejos de una construcción lineal, capaz de ofrendar no un solo relato, sino “miles de posibles relatos destilables de una obra de arte, tanto más poética su factura”. 

La función ocurrida justo el martes 23 de abril, jornada de la multitudinaria marcha en defensa de la universidad y educación públicas, resignificó todo el acto teatral. Se vio, metafóricamente, a un actor “oficiando entre escombros (…) en los restos de un paisaje histórico extinto”; asistimos a un “acto artificial de una entidad superior a su sentido aparente” (…) que revela “la existencia de una estructura vital originaria, subyacente, que, en medio del desquicio funeral histórico, permanece”.

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