A la salida de la función de El veneno del teatro, obra protagonizada por Miguel Ángel Solá y
Daniel Freire, apenas pudimos hacer contacto con los actores e intercambiar
mails para poder entrevistarlos por ese medio. No había otra alternativa porque
estaban de aquí para allá, en plena gira por distintos puntos del país.
Qué significa volver
a la argentina haciendo teatro y de gira por distintos puntos del país, fue
uno de los interrogantes. Daniel Freire contestó, y aquí compartimos sus
respuestas.
D. F: Durante estos últimos 13 años, me fui del país a vivir
a España en 1999, he intentado venir a Argentina con todos los proyectos
teatrales que he hecho allá, pero por diferentes motivos nunca pudimos
concretar ese sueño. Y ahora me ha llegado esta oportunidad que se dio en las
mejores condiciones para mí. Llegar nuevamente al teatro en Argentina con esta
obra y junto a Miguel Angel Solá es la propuesta más beneficiosa. Pero además
se acrecienta con esta posibilidad de recorrer parte de nuestro país. La gira
está siendo una experiencia muy rica porque permite ver otras realidades y
hacer un intercambio mucho más variado y enriquecedor. Nos alimenta, nos
alienta y fundamentalmente, nos certifica el amplio espectro de los perfiles
culturales con los que se completa la realidad argentina, tantas veces limitada
a los designios de la capital, a los mandatos de la producción capitalina. Pero
también ha permitido descubrir la infinidad de puntos de contacto que existen
con otras realidades políticas, económicas y culturales que se nos aparecían
desde hace años como diferentes, pero que en realidad nos pertenecen más
profundamente de lo que nos las quieren hacer ver.
¿Qué te entusiasma y
más conmueve de esta obra?
D.F: El veneno del
teatro me entusiasmó desde la primera lectura. Me parece un texto muy
inteligente, simple y directo, con un profundo planteo, centrado en el trabajo
del actor, pero que abre puertas hacia otros aspectos de la vida. El ser y su
parecer. La relación del poder y el arte (el "Poder" siempre se sentirá
cuestionado por las formas del arte, porque el arte en su síntesis, distorsiona
para exponer la esencia de las cosas). La
búsqueda de la verdad en la realidad y la verdad en el arte, que no por
ficticia es falsa. La obra plantea una discusión intelectual y física, entre
dos arquetipos sociales: Un "Señor" y un "Artista" (un
actor en este caso). Y el trabajo exigía, por el mismo planteo del texto, una
forma que implicaba un gran desafío para mí. Me conmueve de esta obra el viaje al que se somete al espectador,
que de alguna manera es testigo físico y directo de una tortura en vivo,
mientras el discurso exige un profundo compromiso intelectual. Ese viaje,
también lo hacemos nosotros sobre el escenario cada noche. Es realmente
gratificante compartir esta experiencia, también fisiológica, con un actor como
Miguel, que te sostiene y te acompaña en cada momento, con muchísima
generosidad de su parte.
En tu trayectoria y
recorrido, ¿el teatro significa un veneno, un remedio u otra cosa?
D. F: El oficio de cómico, teatrero, o como quieras llamarle
es, para mí, un todo complejo. Un veneno, porque una vez probado, no hay
antídoto posible para quitarlo. Es un remedio, porque permite sanar al
transitar tantas posibles experiencias vitales. Quizás te ayude a ser mejor,
más amplio, más comprensivo, menos prejuicioso y más perceptivo. Es una droga, que embriaga y marea y seduce.
Te desequilibra hasta encontrar una luz, un hilo imperceptible que te conecta
con un todo (el entorno, el texto, la acción, el compañero y el otro
imprescindible, el público que es el que completa el circuito). Sin duda el
teatro, para mí, es el ámbito de mayor exposición y riesgo, pero en el que me
siento más cómodo y protegido a la vez. El teatro es muchas otras cosas más en
la construcción de un ser humano distinto, comprometido y solidario. Es el arte
del aquí y ahora. El más vivo.
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