“Como un león” acerca una mirada comprensiva
Mónica Borgogno
Foto gentileza de G. Bendersky |
Pensantes
Se trata de un trabajo que actualiza el concepto de pobrezas e infancias desde la historia de un niño en la frontera con la adolescencia, capaz de decir, contar, denunciar, cuestionar, valorar lo que tiene, llorar lo perdido. Todas operaciones que el resto de la sociedad niega o no ve, como esas maestras que quieren formar “hombres de bien” o esos padres que hacen lo que hacen “por el bien” de los hijos. Como si las familias y las instituciones educativas como generalidades, ordenarían todo, menguarían inequidades. En realidad sólo un adulto referente constituido como tal por el cariño, como en la historia de “Como un león” lo es ese hermano que lo empuja a la promesa de no abandonar la escolaridad, puede transformar.
En la obra precisamente se deslizan críticas a esa hipocresía social, pero también al accionar abusivo de la policía, al abandono de los cuidados y protección de los/las más vulnerables. Ese cuestionamiento de clase, hoy, arriba del escenario, no es demasiado visto y resulta significativo, lo torna acaso más conmovedor aún. Es un teatro necesario porque señala lo que la política y sus dirigentes no ven y desatienden.
Lo político en escena
La propuesta concentra una serie de méritos y desafíos a la vez. En la columna de los aciertos se encuentra la actuación misma de Bendersky que entra y sale del personaje o los personajes que representa para interpelar a quien está mirando, esas imágenes a contraluz arriba de una cucheta revuelta, el modo en que explota los sentidos y sonidos de esa guitarra que lo acompaña en distintas escenas. Entre los riesgos, tal vez están esas mismas entradas y salidas, los momentos en que el actor rompe la cuarta pared que a veces atenta contra el clima de lo que se viene compartiendo y otras, colabora en quitar peso a la miseria y el dolor. No obstante, para que no queden dudas, el personaje del niño está y con rasgos notorios de un estudio o conocimiento de esa singular realidad que según comenta el propio actor, llegó como un aporte significativo de la mano del trabajador social y actor, Sebastián Vázquez que fue su asistente de dirección.
El ser y hacer desde una cama hecha un revoltijo, los dedos en la nariz, un hablar atolondrado, el desarmar y armar objetos de la calle para transformarlos en otra cosa, son apenas algunas marcas y gestos de este Tarumba, tal el nombre de este personaje.
En tanto, los fragmentos de la música elegida parecen potenciar las emociones y empatía con este pibe de cualquier barrio en las márgenes de la ciudad.
Del lado de la recepción, es inevitable asociar con otras obras como “Llanto de perro” de Andrés Binetti –en la versión del director mendocino Juan Comotti- o “Representación nocturna del marqués de Sebregondi”, que gira en torno al cuento de Osvaldo Lamborghini: “El niño proletario”, realizada por el rosarino Matías Martínez. En las tres se observa una profunda crítica a la burguesía y la negación, abuso o aniquilación del cuerpo del otro. No son las historias que más abundan. Por eso, y en particular con “Como un león”, por el momento político y social en que esta obra emerge, será difícil de olvidar.
Los cartones intervenidos y tan coloridos de Lucas Mercado, presentes solo hacia el final de la obra, cuando dejan de ser lo que son y se reconvierten, devuelven cierta esperanza.
Una no se va con una mirada compasiva, sino comprensiva de otras existencias que es preciso mirar.
Finalmente, cabe subrayar que la puesta sea en Casa Boulevard: el nuevo espacio cultural de cara a las vías que atraviesan Paraná, en una zona de frontera de la centralidad, donde unos pasos más allá están esos mismos niños que hay en escena. Cómo impactará esta obra en un niño/a de 13 años de dicha zona, es un interrogante que más de uno podrá hacerse al salir de la sala…
Excelente análisis que despierta interés por ver la obra.
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