Si fuiste, alpiste! o los riesgos de la extinción
Guillermo Meresman
Habitación
Macbeth, la versión sobre el clásico shakespereano, de Pompeyo
Audivert, se presentó ante un teatro repleto en Paraná. Un rato antes, el maestro
fundador de El cuervo, su estudio de teatro en Buenos Aires, había mantenido un
diálogo con estudiantes y profesores en el Profesorado que funciona en la vieja
Escuela de música, danza y teatro de calle Italia.
Había vuelto una y otra vez, a
muchos pensamientos y conceptos vertidos en su libro El piedrazo en el espejo (2018).
En la reseña que publicó la revista
digital
En esta adaptación para un solo
actor, con música original y ejecución de Claudio Peña, Audivert desata la
máquina teatral de sus ideas y asociaciones, y produce con austeros recursos,
un fuerte acontecimiento en la realidad. Un martes y apenas unas horas después
que miles se manifestaran frente a
En su famoso estudio sobre la
tragedia, Harold Bloom da sobradas pistas de lo que aparece o imaginamos en
escena en este nuevo y arriesgado desafío que asume el actor/director. Ya el
comienzo del capítulo 26 del análisis de Bloom nos es inquietante: “La
tradición teatral ha hecho de Macbeth, la más desafortunada de todas las obras
de teatro de Shakespeare, en particular para quienes actúan en ella”, nos
advierte allí.
Por la intensidad, los recursos y
procedimientos que pone en juego, por su inteligencia y su capacidad de
trabajo, Pompeyo es de los buenos actores que han nacido en Argentina. Hace
unos años, en el FTR, pudimos comprobarlo al disfrutar su versión de Muñeca, de Armando Discépolo.
Sistematizadas ahora muchas de sus ideas y enseñanzas, este nuevo Macbeth, esta particular Habitación que trajo a la capital entrerriana, (“terminó siendo más que una habitación, un inquilinato”, se rió luego de la pandemia, cuando se concentró en la tarea), es apenas una dosis del veneno del teatro que está dispuesto a compartir (y que también trajo hace unos años al mismo teatro municipal, Miguel Ángel Sola). Esta habitación es un cuarto, pero en el entra todo el mundo isabelino, toda la sangre de la humanidad y toda la imaginación del universo humano... Entran Macbeth, su mujer y como mínimo otros cinco personajes de la tragedia original.
Por ello Bloom no deja de acudir a
Nietzsche y Freud, para revelar, 20 años antes de esta puesta en escena
maestra, nuestra, sus relaciones con la culpa, la moral, la responsabilidad
social y esas fuerzas que, muchas veces misteriosamente, revelan nuestras
acciones.
Es imposible pensar que a Audivert,
en el proceso de elaboración de su propuesta (o protesta), en los meses o años
en que fue construyendo esta máquina, estas palabras del estudioso
norteamericano no hayan despertado deseos: “Gran máquina asesina, Macbeth es
dotado por Shakespere con algo menos que una inteligencia ordinaria, pero con
un poder de fantasía tan enorme que pragmáticamente parece ser el del propio
Shakespeare.”
Pero Habitación Macbeth es no sólo palabras... y silencios; buenas
frases o poderosas imágenes, músicas y sonidos envolventes; es sobre todo cuerpo
(puro cuerpo), también es espacio, tormento y fantasía y los siete personajes
que encarna Audivert. O mejor, es la relación entre uno y otro. Es el cuerpo alto
del calvo actor, con sus voces y gotas de transpiración bajo la corona, y esos tres
o cuatro artefactos añejos o fabulosos que introduce o saca de la escena. Incluso
los objetos, aparecen y desaparecen ante la menor distracción del espectador. A
su vez, la imaginación proléptica de Macbeth es absoluta, y esa retórica nos
deja aterrados después de leer al Bardo, o de asistir a esta Habitación Macbeth.
Salimos de la función y volvemos a
casa en silencio, tocados, afectados, cambiados por la obra, por la fuerza de
la creación que todo lo subvierte. No podemos seguir siendo los mismos; no
podemos ser máquinas, tampoco... En la doctrina de los epicúreos y los
estoicos, la prolepsis es poseer conocimiento anticipado de algo. Para
Audivert, como Macbeth, labora y
amasa eso “que tiene poco que ver con nuestra libertad”, y que además tiene
todo que ver con
“El mundo es un teatro cuyas
fuerzas no vienen sólo de este mundo, sino de otros costados y eso es lo que el
teatro señala” afirmaba el teatrista en una entrevista donde además aclaraba: “Macbeth es una obra que habla de los
cambios, y tiene un grado de universalidad notable vinculado a este estar
habitados por fuerzas de otra naturaleza, que a veces irrumpen y cambian el
destino de un individuo.”
Ya ni las muertes ofrecen sosiego,
pues, solamente responsabilidad, razón, consecuencia de lo dicho y lo hecho.
Casi lo contrario de lo que mayoritariamente pulula en las redes y el amplio y
real orbe. Pero estamos vivos y acaso nos aceche algún milagro. ¿Pero qué es la
vida, ay? “La vida es una sombra caminante, un mal actor que, durante su
tiempo, se agita y pavonea en la escena, y luego no se le oye más. Es un cuento
contado por un idiota, lleno de ruido y furia, y que no significa nada” dice memorablemente
Macbeth en el último acto, y repiten los actores hace cuatro siglos y medio·
Tal vez por esto pegue tanto esta
obra de Pompeyo. Tanto como el momento político que se vive en el país desde
hace unos cien días, golpea, rompe el vidrio de azogue, alecciona quizás.
En este sentido, Audivert parece
mucho más seguro aquí que el personaje trágico, que de lo único que está seguro
es, ciertamente, del presente de su tiempo eternal. En esta apuesta y como una
partitura orquestal, Pompeyo se prostituye, se anima y cambia la piel como el
rey de Escocia. En esta cuarta temporada, el espectáculo parece haber cobrado
mayor reverberancia aún. Pero el público, la diosa Hécate que creó a este
actor, las fuerzas fantasmáticas y las sombras metafísicas, que ya lo seguían,
lo continúan espiando.
Aunque claro, como escribió Paco
Urondo en la novela Los pasos previos,
antes de ser secuestrado durante la dictadura “a Seguro lo llevaron preso”. Y
así fue. Y cada función es la última y la primera, entonces…
Foto de Santiago Massa. |