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martes, 29 de abril de 2014

Reseña

Cocinando espero y deseo
Unas palabras a propósito de Cocinando con Elisa, de Lucía Larragione, bajo la dirección de Edgardo Dib. Primero: pasen, lean y ¡vayan a verla!

Mónica Borgogno

Hacer pensar, imaginar y jugar, parecen ser las prerrogativas del teatro que le gusta hacer a Edgardo Dib. Al menos eso se vio en su Edipo y yo, donde los actores mudaban de personaje -y el público debía adivinar pero con una premisa primera-, según llevaran o no una flor roja o los pies descalzos, por caso, y en El jardín de los cerezos, donde la ilusión de ver las cerezas o ser esas cerezas, se lograba con unos gestos mínimos de parte de los actores y puntuales lucesitas rojas-. Ahora puede decirse lo mismo con esta versión de Cocinando con Elisa, de Lucía Larragione, que se estrenó en abril en la sala Marechal del Teatro 1 de Mayo y a partir del 3 de mayo, podrá verse en la sala 3068, en San Martín 3068 de Santa Fe.

En esta pieza, resulta sustancial el trabajo de las actrices Luchi Gaido y Vanina Monasterolo que generan un universo singular, de simbiosis y distanciamiento a la vez, oscuro, encarnado por dos personajes que logran atrapar la atención desde un principio. Uno por la fuerza y poder que le imprime Gaido, por ese doble filo que exhibe Nicole que en realidad es Nicolasa, incluso por ese cambio de nombre que deja ver una vida otra que busca para sí, enterrando un pasado que vuelve desde voces e historias que aparecen en el fuera de escena. El otro personaje, Elisa, cautiva por la intensidad de esa mujer que quiere pero no puede y vuelve una y otra vez a la carga, por su insistencia y voluntad, acaso por esa callada progresión y crecimiento del personaje que recrea Monesterolo.

En esta versión, los objetos escénicos escogidos juegan un rol tan protagónico quizás, como el de las dos actrices. Por caso las papas, que cobran diversos sentidos y primero son mirlos y luego el espectador puede ver que se convierten en conejos o patos a los que hay que desplumar o destripar con saña. No son zanahorias o tomates, sino papas, un elemento tan preciado en cualquier cocina latinoamericana, las que se eligieron para significar un poco más, para jugar con las posibilidades y realidades. La cocina aparece representada en un puñado de objetos escenográficos más que cuidados, precisos, podría decirse: Un botellón de vidrio, una vieja lata de dulce y un bol transparente, adornados como si fueran parte de una gran vajilla, más una olla, un banquito y un sinnúmero de cuchillas sobre las cabezas de las protagonistas, que sintetizan la escena y la potencian.

El vestuario de las actrices –realizado por Osvaldo Pettinari- tiene una textura que recuerda la de los sacos de harina, de arpillera. Son telas pregnantes que invitan a ver otras dimensiones de los personajes. Nicole, luce un vestido a cuadros rojos furiosos pero con una falda amplia que la hace girar y volar; Elisa, en cambio lleva un vestido oscuro pero con florcitas.

Al término de la obra, uno sale conmovido por esta combinación de factores. Luego, creo que conmueve la pertinencia de esta puesta y este texto, en el actual contexto, donde los discursos y hechos de violencia son moneda corriente. En este presente, Dib decidió subir a escena estas historias de mujeres violentadas y abandonadas, que resisten. Como diría Foucault, cada época dice qué y hasta donde se puede decir, incluso lo atroz. Y el teatro, no es ajeno a la producción social de posibilidades y vidas que aunque lastimadas, tienen proyectos, o quieren saber más de lo que les tocó en suerte. Esa pertinencia ideológica de poner hoy en escena este texto de Larragione, constituye una apuesta política y estética y propone cierto diálogo con las miles de historias similares que se leen entre las noticias policiales, pero con la poesía que dan las buenas actuaciones, las variantes de un mismo bolero o la sutileza de esos pocos pero justos elementos de cocina.

La resistencia, la explotación, la libertad, el deseo, son otras líneas de sentido. Como bien observa el investigador Martín Rodríguez, a propósito de la puesta protagonizada por Norma Pons y Ana Yovin, hacia finales de los 90, “en la cocina se produce `el olvido de la dominación` que ejercen los de arriba, aunque aparecen otros mecanismos de dominación propios del `mundo de abajo`... El arte de la cocina emerge como un cruce entre la cultura alta y las culturas populares ... en ese mundo se combinan el `reino de la necesidad` y `el reino de la libertad`”.

La música, la fotografía e incluso el programa de mano, hay que remarcarlo aquí, también forman parte de este equipo de profesionales que de manera evidente, trabajó bajo una misma dirección, la de producir un espectáculo que desde cada disciplina y especialidad, aporte belleza y condense emociones que van desde la sorpresa, la transferencia, la intriga.

                                             Foto de Juliana de Lorenzo
Una cocina en la que se sacude y revuelve la vida
Romina Arapeiz

Cocinando para Elisa puede sabernos a gusto amargo desde un principio, por lo oscuro, desorbitado e intrincado del relato. Ese arranque de tanto contraste rítmico y emocional entre una Nicole que canta y una Elisa que corre en círculos, desesperada, recitando los mandamientos, invita a una intensidad y tensión especial. No resulta fácil seguir los innumerables cambios de escena que se dan en el transcurso de la obra, desde las mínimas caminatas de las actrices en el espacio escénico central hasta las sobresaltadas corridas en círculo entre los espectadores.
Esta versión del texto de Lucía Larragione, ofrece un recorrido por distintas recetas de origen francés que van apareciendo de manera sutil, entre escena y escena, e historias profundamente oscuras de dos mujeres, Nicole y Elisa. La trama está atravesada por múltiples personajes de los cuales solo estas dos se materializan en escena, pues hay ecos de voces, un mismo bolero pero cantado por un insidioso Rubén y más allá Madame et Monsieur, y comentarios en escena que entretejen sus vidas y las completan. Ese afuera de escena no deja de ser parte fundamental del relato, sin ello sería imposible arribar al final de esta historia.
La puesta exhibe a Nicole como a una antiheroína. Este personaje sorprende a lo largo de toda la obra, en particular por su relación con los diferentes utensilios de la cocina y los innumerables cuchillos colgando sobre su cabeza -como si fuera una araña de cristal, igual de peligroso y delicado-, siempre presentes. Ella, siempre se muestra pulcra y aséptica. Elisa en cambio es torpe en la cocina, hace todo lo posible por aprender lo que Nicole le intenta transmitir, pero no. Es una mujer desalineada que sin embargo intenta salirse con la suya y demuestra tener dignidad a pesar de todo.
La puesta de Dib, hace temer al espectador como en el mejor de los thriller, por los ratones que los personajes ven –y nosotros con ellos- sorpresivamente entre sus menesteres; hace sufrir con el destripado de los patos que ahora son papas y antes conejos; en suma, regala ilusión y juego a partir del teatro.
Los espectadores, siempre agradecidos.

jueves, 10 de abril de 2014

miércoles, 26 de marzo de 2014

Palabra de maestros

Desde hace varios años, el Instituto Internacional del Teatro (ITI) invita a algún maestro/a de teatro para que comparta sus reflexiones en torno al teatro y la cultura de paz, en ocasión del Día Internacional de Teatro que se conmemora cada 27 de marzo. Este año esa responsabilidad recayó sobre el dramaturgo y director sudafricano Brett Bailey. "Nosotros, los artistas de escenarios y ágoras, ¿nos conformamos con las demandas asépticas del mercado, o utilizamos el poder que tenemos: para abrir un espacio en los corazones y las mentes de la sociedad, para reunir gente a nuestro alrededor, para inspirar, maravillar e informar, y para crear un mundo de esperanza y colaboración sincera?".
En 2012, el designado "embajador del teatro" por la Unesco, don Santiago García (Teatro La Candelaria, Bogotá, Colombia) en una ceremonia cálida e inolvidable, pronunciaba sus palabras a propósito del teatro que elige hacer. Nosotros estuvimos ahí y queremos traerlo a la memoria en este día.http://www.youtube.com/watch?v=3AtQpGUuutk

martes, 25 de marzo de 2014

Reseñas

Mientras preparamos la edición Nº 10 que sale en abril, fuimos a ver la última obra de Oscar Lesa. Aquí, dos miradas de Un eco más (Versión libre de algunas vidas).



Antígona sigue sonando
Mónica Borgogno

Antígona sigue sonando, podría titularse a modo de síntesis el último trabajo de Oscar Lesa y compañía. Es que las bifurcaciones y asociaciones que provoca el clásico de Sófocles por estas latitudes, esta vez con texto de Lesa y dirección compartida con Nadia Grandón, son muchas, bombardean, gritan, ahogan. Todos verbos que aparecen visualmente en la puesta y en el cuidado trabajo de sonido -a cargo de Ariel Dutria-, que potencia la tragedia de los que no pueden enterrar a sus muertos porque un tirano así lo impide.
La matanza en Latinoamérica, las dictaduras, los modos de matar, la identidad, son parte de lo que aparece dicho en esta obra, extensa pero conmovedora. El color tan local e íntimo de las historias personales de cada una de las actrices es el componente fresco que reconcilia emociones y compensa con la dureza de los poderes que matan y prohíben, la desnudez de los asesinados. En particular la última de esas historias, ese fragmento de vida que cuenta la actriz Amelia Uzín poco antes del final, abraza y cierra un círculo emotivo grande. No es un dato menor puesto que al inicio de la obra se la ve representar con maestría a un recalcitrante poderoso y entonces la historia que comparte, opera como un acercamiento que demanda el espectador.
Si bien se percibe un trabajo un tanto desparejo en cuanto a las actuaciones, también se observa que las cinco mujeres, Raquel Freijo, María Cristina Witschi, Alicia Herman, Carolina Rodríguez y Amelia Uzín, ponen todo de sí en este trabajo. También se luce el vestuario diseñado por Andrea Fontelles que resulta funcional para los múltiples cambios que encaran las actrices que por momentos se convierten en perros guardianes gracias a unos mínimos y justos objetos.
Es una puesta que tiene riesgo, osadía y poética y el espectador lo celebra. Como diría George Banu, el teatro en sí supone riesgos porque todo ocurre en vivo y en directo, no hay repetición, pero en este caso hay muchos en juego y uno no puede menos que solidarizarse con las actrices, atender, dejarse llevar, emocionarse y pensar.
Un eco más, puede verse los sábados de marzo, siempre a las 21,30 en el Callejón de los sueños, Alameda de la Federación 453. Por reservas, llamar al teléfono: (0343) 154287785.


Un eco más, y van…
Guillermo Meresman

La versión libre de Antígona de Sófocles, estrenada recientemente en la sala Metamorfósis/El Callejón de los sueños, con dirección de Nadia Grandón y Oscar Lesa y dramaturgia del último, parece producida a la luz de algunas teorizaciones sobre el teatro argentino en postdictadura. Pervivencia de una memoria del horror, y fascinación constante de nuestros teatristas, por los clásicos de la cultura universal, parecen ser los dos ejes sobre los que avanza –como sólido tren-, el espectáculo que puede verse todo marzo en Paraná, en Alameda de la Federación.
Merced a una beneficiosa operación sobre el pequeño espacio, las actrices ponen cuerpo y voz a una obra que tiene su principal contundencia, en los riesgos que asumieron Grandón/Lesa para “inspirarse” en el pasado remoto, y el pasado reciente actualizado en una lectura política de la vida nacional de las últimas décadas.
El espectáculo también cuenta con un vistoso vestuario creado por Andrea Fontelles, ejecución sonora de Ariel Dutria y actuaciones de Amelia Uzin, Raquel Freijo, Cristina Witschi, Carolina Rodríguez y Alicia Herman en ajustado reparto, quienes además versionan fragmentos de sus existencias.
Cabe agregar la enjundia con la que parecen, al menos, producir teatro los muchach@s de Metamorfosis. En particular de Lesa, figura valiosa del teatro entrerriano de los últimos años, quien fuera de algunos reparos que puedan hacérsele a su texto, acierta una vez más siguiendo un camino propio, contestatario, de personal estética e ideología.


sábado, 1 de febrero de 2014

En el Santiago a mil 2014

Del 3 al 19 de enero tuvo lugar 
la XXI edición del Festival Internacional de Teatro Santiago a mil, 
en Santiago de Chile y otras localidades del país vecino. 
La Otra Butaca estuvo ahí en la segunda semana, 
para participar de las actividades de Platea 14, 
un espacio destinado a promover las obras chilenas 
y también de Perú, Argentina, Brasil y Bolivia. 
Fue así como Latinoamérica se exhibió en un escenario privilegiado, 
delante de programadores de grandes festivales 
como los que se hacen en Edimburgo, Los Ángeles, París o Barcelona, entre otros tantos.
 En el Centro Cultural Gabriela Mistral.
 Fachada de uno de los teatros en el barrio histórico cultural Lastarria.
Aquí, en el agasajo de apertura de Platea 14 -semana destinada a mostrar el teatro chileno y latinoamericano-, junto a la alcaldesa de Santiago, Carolina Tohá.
Postal del curioso desembarco de la Expedición Vegetal (Francia) y sus tripulantes, en la plaza Constitución, frente al Palacio de la Moneda. Una máquina gigante que viaja por todo el mundo, estudiando la potencialidad eléctrica de las plantas del lugar.
 La Otra Butaca asistió a los distintos seminarios de Ciudad y Cultura, en el que se pudo dialogar con programadores de grandes festivales y artistas latinoamericanos.



lunes, 16 de diciembre de 2013

La Otra Butaca N° 9