Este 4 de mayo el ambiente teatral de Paraná se vio conmovido por el fallecimiento del actor Luis Lulo Aguilar. De larga trayectoria en el teatro independiente de la provincia, Lulo integró varios grupos: trabajó en Caricias, de Sergi Belbel, Cumbia, morena cumbia, de Mauricio Kartun, Risas grabadas, de Alejandro Robino, El guapo y la gorda, de José Ignacio Serralunga y Hermanitos, de Sacha Barrera Oro, entre otras obras. Lulo se hizo querer por sus compañeros y siempre supo ofrecer de sí gran compromiso por su vocación. Hoy, su partida entristece al teatro de la región.
Revista de artes escénicas, de distribución gratuita, producida en Entre Ríos, Argentina.
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lunes, 5 de mayo de 2014
martes, 29 de abril de 2014
Reseña
Cocinando espero y deseo
Unas palabras a propósito de Cocinando con Elisa, de Lucía Larragione, bajo la dirección de Edgardo Dib. Primero: pasen, lean y ¡vayan a verla!
Mónica Borgogno
Hacer pensar, imaginar y jugar, parecen ser las prerrogativas del teatro que le gusta hacer a Edgardo Dib. Al menos eso se vio en su Edipo y yo, donde los actores mudaban de personaje -y el público debía adivinar pero con una premisa primera-, según llevaran o no una flor roja o los pies descalzos, por caso, y en El jardín de los cerezos, donde la ilusión de ver las cerezas o ser esas cerezas, se lograba con unos gestos mínimos de parte de los actores y puntuales lucesitas rojas-. Ahora puede decirse lo mismo con esta versión de Cocinando con Elisa, de Lucía Larragione, que se estrenó en abril en la sala Marechal del Teatro 1 de Mayo y a partir del 3 de mayo, podrá verse en la sala 3068, en San Martín 3068 de Santa Fe.
En esta pieza, resulta sustancial el trabajo de las actrices Luchi Gaido y Vanina Monasterolo que generan un universo singular, de simbiosis y distanciamiento a la vez, oscuro, encarnado por dos personajes que logran atrapar la atención desde un principio. Uno por la fuerza y poder que le imprime Gaido, por ese doble filo que exhibe Nicole que en realidad es Nicolasa, incluso por ese cambio de nombre que deja ver una vida otra que busca para sí, enterrando un pasado que vuelve desde voces e historias que aparecen en el fuera de escena. El otro personaje, Elisa, cautiva por la intensidad de esa mujer que quiere pero no puede y vuelve una y otra vez a la carga, por su insistencia y voluntad, acaso por esa callada progresión y crecimiento del personaje que recrea Monesterolo.
En esta versión, los objetos escénicos escogidos juegan un rol tan protagónico quizás, como el de las dos actrices. Por caso las papas, que cobran diversos sentidos y primero son mirlos y luego el espectador puede ver que se convierten en conejos o patos a los que hay que desplumar o destripar con saña. No son zanahorias o tomates, sino papas, un elemento tan preciado en cualquier cocina latinoamericana, las que se eligieron para significar un poco más, para jugar con las posibilidades y realidades. La cocina aparece representada en un puñado de objetos escenográficos más que cuidados, precisos, podría decirse: Un botellón de vidrio, una vieja lata de dulce y un bol transparente, adornados como si fueran parte de una gran vajilla, más una olla, un banquito y un sinnúmero de cuchillas sobre las cabezas de las protagonistas, que sintetizan la escena y la potencian.
El vestuario de las actrices –realizado por Osvaldo Pettinari- tiene una textura que recuerda la de los sacos de harina, de arpillera. Son telas pregnantes que invitan a ver otras dimensiones de los personajes. Nicole, luce un vestido a cuadros rojos furiosos pero con una falda amplia que la hace girar y volar; Elisa, en cambio lleva un vestido oscuro pero con florcitas.
Al término de la obra, uno sale conmovido por esta combinación de factores. Luego, creo que conmueve la pertinencia de esta puesta y este texto, en el actual contexto, donde los discursos y hechos de violencia son moneda corriente. En este presente, Dib decidió subir a escena estas historias de mujeres violentadas y abandonadas, que resisten. Como diría Foucault, cada época dice qué y hasta donde se puede decir, incluso lo atroz. Y el teatro, no es ajeno a la producción social de posibilidades y vidas que aunque lastimadas, tienen proyectos, o quieren saber más de lo que les tocó en suerte. Esa pertinencia ideológica de poner hoy en escena este texto de Larragione, constituye una apuesta política y estética y propone cierto diálogo con las miles de historias similares que se leen entre las noticias policiales, pero con la poesía que dan las buenas actuaciones, las variantes de un mismo bolero o la sutileza de esos pocos pero justos elementos de cocina.
La resistencia, la explotación, la libertad, el deseo, son otras líneas de sentido. Como bien observa el investigador Martín Rodríguez, a propósito de la puesta protagonizada por Norma Pons y Ana Yovin, hacia finales de los 90, “en la cocina se produce `el olvido de la dominación` que ejercen los de arriba, aunque aparecen otros mecanismos de dominación propios del `mundo de abajo`... El arte de la cocina emerge como un cruce entre la cultura alta y las culturas populares ... en ese mundo se combinan el `reino de la necesidad` y `el reino de la libertad`”.
La música, la fotografía e incluso el programa de mano, hay que remarcarlo aquí, también forman parte de este equipo de profesionales que de manera evidente, trabajó bajo una misma dirección, la de producir un espectáculo que desde cada disciplina y especialidad, aporte belleza y condense emociones que van desde la sorpresa, la transferencia, la intriga.
Foto de Juliana de Lorenzo
Una cocina en la que se sacude y revuelve la vida
Romina Arapeiz
Cocinando para Elisa puede sabernos a gusto amargo desde un principio, por lo oscuro, desorbitado e intrincado del relato. Ese arranque de tanto contraste rítmico y emocional entre una Nicole que canta y una Elisa que corre en círculos, desesperada, recitando los mandamientos, invita a una intensidad y tensión especial. No resulta fácil seguir los innumerables cambios de escena que se dan en el transcurso de la obra, desde las mínimas caminatas de las actrices en el espacio escénico central hasta las sobresaltadas corridas en círculo entre los espectadores.
Esta versión del texto de Lucía Larragione, ofrece un recorrido por distintas recetas de origen francés que van apareciendo de manera sutil, entre escena y escena, e historias profundamente oscuras de dos mujeres, Nicole y Elisa. La trama está atravesada por múltiples personajes de los cuales solo estas dos se materializan en escena, pues hay ecos de voces, un mismo bolero pero cantado por un insidioso Rubén y más allá Madame et Monsieur, y comentarios en escena que entretejen sus vidas y las completan. Ese afuera de escena no deja de ser parte fundamental del relato, sin ello sería imposible arribar al final de esta historia.
La puesta exhibe a Nicole como a una antiheroína. Este personaje sorprende a lo largo de toda la obra, en particular por su relación con los diferentes utensilios de la cocina y los innumerables cuchillos colgando sobre su cabeza -como si fuera una araña de cristal, igual de peligroso y delicado-, siempre presentes. Ella, siempre se muestra pulcra y aséptica. Elisa en cambio es torpe en la cocina, hace todo lo posible por aprender lo que Nicole le intenta transmitir, pero no. Es una mujer desalineada que sin embargo intenta salirse con la suya y demuestra tener dignidad a pesar de todo.
La puesta de Dib, hace temer al espectador como en el mejor de los thriller, por los ratones que los personajes ven –y nosotros con ellos- sorpresivamente entre sus menesteres; hace sufrir con el destripado de los patos que ahora son papas y antes conejos; en suma, regala ilusión y juego a partir del teatro.
Los espectadores, siempre agradecidos.
Unas palabras a propósito de Cocinando con Elisa, de Lucía Larragione, bajo la dirección de Edgardo Dib. Primero: pasen, lean y ¡vayan a verla!
Mónica Borgogno
Hacer pensar, imaginar y jugar, parecen ser las prerrogativas del teatro que le gusta hacer a Edgardo Dib. Al menos eso se vio en su Edipo y yo, donde los actores mudaban de personaje -y el público debía adivinar pero con una premisa primera-, según llevaran o no una flor roja o los pies descalzos, por caso, y en El jardín de los cerezos, donde la ilusión de ver las cerezas o ser esas cerezas, se lograba con unos gestos mínimos de parte de los actores y puntuales lucesitas rojas-. Ahora puede decirse lo mismo con esta versión de Cocinando con Elisa, de Lucía Larragione, que se estrenó en abril en la sala Marechal del Teatro 1 de Mayo y a partir del 3 de mayo, podrá verse en la sala 3068, en San Martín 3068 de Santa Fe.
En esta pieza, resulta sustancial el trabajo de las actrices Luchi Gaido y Vanina Monasterolo que generan un universo singular, de simbiosis y distanciamiento a la vez, oscuro, encarnado por dos personajes que logran atrapar la atención desde un principio. Uno por la fuerza y poder que le imprime Gaido, por ese doble filo que exhibe Nicole que en realidad es Nicolasa, incluso por ese cambio de nombre que deja ver una vida otra que busca para sí, enterrando un pasado que vuelve desde voces e historias que aparecen en el fuera de escena. El otro personaje, Elisa, cautiva por la intensidad de esa mujer que quiere pero no puede y vuelve una y otra vez a la carga, por su insistencia y voluntad, acaso por esa callada progresión y crecimiento del personaje que recrea Monesterolo.
En esta versión, los objetos escénicos escogidos juegan un rol tan protagónico quizás, como el de las dos actrices. Por caso las papas, que cobran diversos sentidos y primero son mirlos y luego el espectador puede ver que se convierten en conejos o patos a los que hay que desplumar o destripar con saña. No son zanahorias o tomates, sino papas, un elemento tan preciado en cualquier cocina latinoamericana, las que se eligieron para significar un poco más, para jugar con las posibilidades y realidades. La cocina aparece representada en un puñado de objetos escenográficos más que cuidados, precisos, podría decirse: Un botellón de vidrio, una vieja lata de dulce y un bol transparente, adornados como si fueran parte de una gran vajilla, más una olla, un banquito y un sinnúmero de cuchillas sobre las cabezas de las protagonistas, que sintetizan la escena y la potencian.
El vestuario de las actrices –realizado por Osvaldo Pettinari- tiene una textura que recuerda la de los sacos de harina, de arpillera. Son telas pregnantes que invitan a ver otras dimensiones de los personajes. Nicole, luce un vestido a cuadros rojos furiosos pero con una falda amplia que la hace girar y volar; Elisa, en cambio lleva un vestido oscuro pero con florcitas.
Al término de la obra, uno sale conmovido por esta combinación de factores. Luego, creo que conmueve la pertinencia de esta puesta y este texto, en el actual contexto, donde los discursos y hechos de violencia son moneda corriente. En este presente, Dib decidió subir a escena estas historias de mujeres violentadas y abandonadas, que resisten. Como diría Foucault, cada época dice qué y hasta donde se puede decir, incluso lo atroz. Y el teatro, no es ajeno a la producción social de posibilidades y vidas que aunque lastimadas, tienen proyectos, o quieren saber más de lo que les tocó en suerte. Esa pertinencia ideológica de poner hoy en escena este texto de Larragione, constituye una apuesta política y estética y propone cierto diálogo con las miles de historias similares que se leen entre las noticias policiales, pero con la poesía que dan las buenas actuaciones, las variantes de un mismo bolero o la sutileza de esos pocos pero justos elementos de cocina.
La resistencia, la explotación, la libertad, el deseo, son otras líneas de sentido. Como bien observa el investigador Martín Rodríguez, a propósito de la puesta protagonizada por Norma Pons y Ana Yovin, hacia finales de los 90, “en la cocina se produce `el olvido de la dominación` que ejercen los de arriba, aunque aparecen otros mecanismos de dominación propios del `mundo de abajo`... El arte de la cocina emerge como un cruce entre la cultura alta y las culturas populares ... en ese mundo se combinan el `reino de la necesidad` y `el reino de la libertad`”.
La música, la fotografía e incluso el programa de mano, hay que remarcarlo aquí, también forman parte de este equipo de profesionales que de manera evidente, trabajó bajo una misma dirección, la de producir un espectáculo que desde cada disciplina y especialidad, aporte belleza y condense emociones que van desde la sorpresa, la transferencia, la intriga.
Foto de Juliana de Lorenzo
Una cocina en la que se sacude y revuelve la vida
Romina Arapeiz
Cocinando para Elisa puede sabernos a gusto amargo desde un principio, por lo oscuro, desorbitado e intrincado del relato. Ese arranque de tanto contraste rítmico y emocional entre una Nicole que canta y una Elisa que corre en círculos, desesperada, recitando los mandamientos, invita a una intensidad y tensión especial. No resulta fácil seguir los innumerables cambios de escena que se dan en el transcurso de la obra, desde las mínimas caminatas de las actrices en el espacio escénico central hasta las sobresaltadas corridas en círculo entre los espectadores.
Esta versión del texto de Lucía Larragione, ofrece un recorrido por distintas recetas de origen francés que van apareciendo de manera sutil, entre escena y escena, e historias profundamente oscuras de dos mujeres, Nicole y Elisa. La trama está atravesada por múltiples personajes de los cuales solo estas dos se materializan en escena, pues hay ecos de voces, un mismo bolero pero cantado por un insidioso Rubén y más allá Madame et Monsieur, y comentarios en escena que entretejen sus vidas y las completan. Ese afuera de escena no deja de ser parte fundamental del relato, sin ello sería imposible arribar al final de esta historia.
La puesta exhibe a Nicole como a una antiheroína. Este personaje sorprende a lo largo de toda la obra, en particular por su relación con los diferentes utensilios de la cocina y los innumerables cuchillos colgando sobre su cabeza -como si fuera una araña de cristal, igual de peligroso y delicado-, siempre presentes. Ella, siempre se muestra pulcra y aséptica. Elisa en cambio es torpe en la cocina, hace todo lo posible por aprender lo que Nicole le intenta transmitir, pero no. Es una mujer desalineada que sin embargo intenta salirse con la suya y demuestra tener dignidad a pesar de todo.
La puesta de Dib, hace temer al espectador como en el mejor de los thriller, por los ratones que los personajes ven –y nosotros con ellos- sorpresivamente entre sus menesteres; hace sufrir con el destripado de los patos que ahora son papas y antes conejos; en suma, regala ilusión y juego a partir del teatro.
Los espectadores, siempre agradecidos.
jueves, 10 de abril de 2014
miércoles, 26 de marzo de 2014
Palabra de maestros
Desde hace varios años, el Instituto Internacional del Teatro (ITI) invita a algún maestro/a de teatro para que comparta sus reflexiones en torno al teatro y la cultura de paz, en ocasión del Día Internacional de Teatro que se conmemora cada 27 de marzo. Este año esa responsabilidad recayó sobre el dramaturgo y director sudafricano Brett Bailey. "Nosotros, los artistas de escenarios y ágoras, ¿nos conformamos con las demandas asépticas del mercado, o utilizamos el poder que tenemos: para abrir un espacio en los corazones y las mentes de la sociedad, para reunir gente a nuestro alrededor, para inspirar, maravillar e informar, y para crear un mundo de esperanza y colaboración sincera?".
En 2012, el designado "embajador del teatro" por la Unesco, don Santiago García (Teatro La Candelaria, Bogotá, Colombia) en una ceremonia cálida e inolvidable, pronunciaba sus palabras a propósito del teatro que elige hacer. Nosotros estuvimos ahí y queremos traerlo a la memoria en este día.http://www.youtube.com/watch?v=3AtQpGUuutk
En 2012, el designado "embajador del teatro" por la Unesco, don Santiago García (Teatro La Candelaria, Bogotá, Colombia) en una ceremonia cálida e inolvidable, pronunciaba sus palabras a propósito del teatro que elige hacer. Nosotros estuvimos ahí y queremos traerlo a la memoria en este día.http://www.youtube.com/watch?v=3AtQpGUuutk
martes, 25 de marzo de 2014
Reseñas
Mientras preparamos la edición Nº 10 que sale en abril, fuimos a ver la última obra de Oscar Lesa. Aquí, dos miradas de Un eco más (Versión libre de algunas vidas).
Antígona sigue sonando
Mónica Borgogno
Antígona sigue sonando, podría titularse a modo de síntesis el último trabajo de Oscar Lesa y compañía. Es que las bifurcaciones y asociaciones que provoca el clásico de Sófocles por estas latitudes, esta vez con texto de Lesa y dirección compartida con Nadia Grandón, son muchas, bombardean, gritan, ahogan. Todos verbos que aparecen visualmente en la puesta y en el cuidado trabajo de sonido -a cargo de Ariel Dutria-, que potencia la tragedia de los que no pueden enterrar a sus muertos porque un tirano así lo impide.
La matanza en Latinoamérica, las dictaduras, los modos de matar, la identidad, son parte de lo que aparece dicho en esta obra, extensa pero conmovedora. El color tan local e íntimo de las historias personales de cada una de las actrices es el componente fresco que reconcilia emociones y compensa con la dureza de los poderes que matan y prohíben, la desnudez de los asesinados. En particular la última de esas historias, ese fragmento de vida que cuenta la actriz Amelia Uzín poco antes del final, abraza y cierra un círculo emotivo grande. No es un dato menor puesto que al inicio de la obra se la ve representar con maestría a un recalcitrante poderoso y entonces la historia que comparte, opera como un acercamiento que demanda el espectador.
Si bien se percibe un trabajo un tanto desparejo en cuanto a las actuaciones, también se observa que las cinco mujeres, Raquel Freijo, María Cristina Witschi, Alicia Herman, Carolina Rodríguez y Amelia Uzín, ponen todo de sí en este trabajo. También se luce el vestuario diseñado por Andrea Fontelles que resulta funcional para los múltiples cambios que encaran las actrices que por momentos se convierten en perros guardianes gracias a unos mínimos y justos objetos.
Es una puesta que tiene riesgo, osadía y poética y el espectador lo celebra. Como diría George Banu, el teatro en sí supone riesgos porque todo ocurre en vivo y en directo, no hay repetición, pero en este caso hay muchos en juego y uno no puede menos que solidarizarse con las actrices, atender, dejarse llevar, emocionarse y pensar.
Un eco más, puede verse los sábados de marzo, siempre a las 21,30 en el Callejón de los sueños, Alameda de la Federación 453. Por reservas, llamar al teléfono: (0343) 154287785.
Un eco más, y van…
Guillermo Meresman
La versión libre de Antígona de Sófocles, estrenada recientemente en la sala Metamorfósis/El Callejón de los sueños, con dirección de Nadia Grandón y Oscar Lesa y dramaturgia del último, parece producida a la luz de algunas teorizaciones sobre el teatro argentino en postdictadura. Pervivencia de una memoria del horror, y fascinación constante de nuestros teatristas, por los clásicos de la cultura universal, parecen ser los dos ejes sobre los que avanza –como sólido tren-, el espectáculo que puede verse todo marzo en Paraná, en Alameda de la Federación.
Merced a una beneficiosa operación sobre el pequeño espacio, las actrices ponen cuerpo y voz a una obra que tiene su principal contundencia, en los riesgos que asumieron Grandón/Lesa para “inspirarse” en el pasado remoto, y el pasado reciente actualizado en una lectura política de la vida nacional de las últimas décadas.
El espectáculo también cuenta con un vistoso vestuario creado por Andrea Fontelles, ejecución sonora de Ariel Dutria y actuaciones de Amelia Uzin, Raquel Freijo, Cristina Witschi, Carolina Rodríguez y Alicia Herman en ajustado reparto, quienes además versionan fragmentos de sus existencias.
Cabe agregar la enjundia con la que parecen, al menos, producir teatro los muchach@s de Metamorfosis. En particular de Lesa, figura valiosa del teatro entrerriano de los últimos años, quien fuera de algunos reparos que puedan hacérsele a su texto, acierta una vez más siguiendo un camino propio, contestatario, de personal estética e ideología.
Antígona sigue sonando
Mónica Borgogno
Antígona sigue sonando, podría titularse a modo de síntesis el último trabajo de Oscar Lesa y compañía. Es que las bifurcaciones y asociaciones que provoca el clásico de Sófocles por estas latitudes, esta vez con texto de Lesa y dirección compartida con Nadia Grandón, son muchas, bombardean, gritan, ahogan. Todos verbos que aparecen visualmente en la puesta y en el cuidado trabajo de sonido -a cargo de Ariel Dutria-, que potencia la tragedia de los que no pueden enterrar a sus muertos porque un tirano así lo impide.
La matanza en Latinoamérica, las dictaduras, los modos de matar, la identidad, son parte de lo que aparece dicho en esta obra, extensa pero conmovedora. El color tan local e íntimo de las historias personales de cada una de las actrices es el componente fresco que reconcilia emociones y compensa con la dureza de los poderes que matan y prohíben, la desnudez de los asesinados. En particular la última de esas historias, ese fragmento de vida que cuenta la actriz Amelia Uzín poco antes del final, abraza y cierra un círculo emotivo grande. No es un dato menor puesto que al inicio de la obra se la ve representar con maestría a un recalcitrante poderoso y entonces la historia que comparte, opera como un acercamiento que demanda el espectador.
Si bien se percibe un trabajo un tanto desparejo en cuanto a las actuaciones, también se observa que las cinco mujeres, Raquel Freijo, María Cristina Witschi, Alicia Herman, Carolina Rodríguez y Amelia Uzín, ponen todo de sí en este trabajo. También se luce el vestuario diseñado por Andrea Fontelles que resulta funcional para los múltiples cambios que encaran las actrices que por momentos se convierten en perros guardianes gracias a unos mínimos y justos objetos.
Es una puesta que tiene riesgo, osadía y poética y el espectador lo celebra. Como diría George Banu, el teatro en sí supone riesgos porque todo ocurre en vivo y en directo, no hay repetición, pero en este caso hay muchos en juego y uno no puede menos que solidarizarse con las actrices, atender, dejarse llevar, emocionarse y pensar.
Un eco más, puede verse los sábados de marzo, siempre a las 21,30 en el Callejón de los sueños, Alameda de la Federación 453. Por reservas, llamar al teléfono: (0343) 154287785.
Guillermo Meresman
La versión libre de Antígona de Sófocles, estrenada recientemente en la sala Metamorfósis/El Callejón de los sueños, con dirección de Nadia Grandón y Oscar Lesa y dramaturgia del último, parece producida a la luz de algunas teorizaciones sobre el teatro argentino en postdictadura. Pervivencia de una memoria del horror, y fascinación constante de nuestros teatristas, por los clásicos de la cultura universal, parecen ser los dos ejes sobre los que avanza –como sólido tren-, el espectáculo que puede verse todo marzo en Paraná, en Alameda de la Federación.
Merced a una beneficiosa operación sobre el pequeño espacio, las actrices ponen cuerpo y voz a una obra que tiene su principal contundencia, en los riesgos que asumieron Grandón/Lesa para “inspirarse” en el pasado remoto, y el pasado reciente actualizado en una lectura política de la vida nacional de las últimas décadas.
El espectáculo también cuenta con un vistoso vestuario creado por Andrea Fontelles, ejecución sonora de Ariel Dutria y actuaciones de Amelia Uzin, Raquel Freijo, Cristina Witschi, Carolina Rodríguez y Alicia Herman en ajustado reparto, quienes además versionan fragmentos de sus existencias.
Cabe agregar la enjundia con la que parecen, al menos, producir teatro los muchach@s de Metamorfosis. En particular de Lesa, figura valiosa del teatro entrerriano de los últimos años, quien fuera de algunos reparos que puedan hacérsele a su texto, acierta una vez más siguiendo un camino propio, contestatario, de personal estética e ideología.
sábado, 1 de febrero de 2014
En el Santiago a mil 2014
Del 3 al 19 de enero tuvo lugar
la XXI edición del Festival Internacional de Teatro Santiago a mil,
en Santiago de Chile y otras localidades del país vecino.
La Otra Butaca estuvo ahí en la segunda semana,
para participar de las actividades de Platea 14,
un espacio destinado a promover las obras chilenas
y también de Perú, Argentina, Brasil y Bolivia.
Fue así como Latinoamérica se exhibió en un escenario privilegiado,
delante de programadores de grandes festivales
como los que se hacen en Edimburgo, Los Ángeles, París o Barcelona, entre otros tantos.
En el Centro Cultural Gabriela Mistral.Fachada de uno de los teatros en el barrio histórico cultural Lastarria.
Aquí, en el agasajo de apertura de Platea 14 -semana destinada a mostrar el teatro chileno y latinoamericano-, junto a la alcaldesa de Santiago, Carolina Tohá.
Postal del curioso desembarco de la Expedición Vegetal (Francia) y sus tripulantes, en la plaza Constitución, frente al Palacio de la Moneda. Una máquina gigante que viaja por todo el mundo, estudiando la potencialidad eléctrica de las plantas del lugar.
La Otra Butaca asistió a los distintos seminarios de Ciudad y Cultura, en el que se pudo dialogar con programadores de grandes festivales y artistas latinoamericanos.
lunes, 16 de diciembre de 2013
jueves, 21 de noviembre de 2013
2013...
El año se va pronto, y ya comienzan a circular distintos balances que anhelan convertirse en síntesis del dinámico fluir en el campo teatral local. No será esa la intención que ahora nos mueve, sino la oportunidad de señalar o acercarnos a algunos acontecimientos y representaciones del teatro realizado en Entre Ríos durante esta temporada.
Este año, como casi todos los transcurridos en la última y publicitada década, la temporada tuvo una especie de inicio en la Fiesta de Teatro que se lleva a cabo en Crespo, y que contó esta vez acaso con su mejor edición. Numerosos teatristas locales y de fronteras afueras, vienen hace nueve años, juntándose en calurosos eneros para ofrecer al público programaciones estéticamente amplias y meritorias, como las que se sucedieron durante la semana del 21 al 27. Obras de anteriores temporadas como Don Quijote, el de bigotes, de la Compañía Teastral y Doce pasos, de Larroque, fueron dos de las de la provincia, que recibieron en la vecina localidad, premios o distinciones y el interés de numerosos espectadores.
La actividad de algunos grupos independientes, continuó enriqueciendo la actividad con espectáculos variados, y acumulando experiencias transprovinciales. Esto pasó con el grupo Teatro del Bardo, que al logro alcanzado este año con su innovadora tragedia Fedra en karaoke, protagonizada por Juan Konher y con dirección de Valeria Follini, que obtuvo el primer puesto en la valoración del jurado, sumó producciones como Jacinto rojo, e Irene, la marca del amor, protagonizada por Daniela Osella que como otras participaron del ciclo Jueves Teatro Club, con el auspicio del área de cultura de la Municipalidad de Paraná. En este ciclo, Konher también participó en el divertimento llamado Trío Bolerístico Genial, junto a los hermanos Andrés y Matias Maín, volviendo a hacer cantar y reír a la concurrida platea.
En la pequeña sala Metamorfosis/Callejón de los sueños, se produjeron –por distintas causas- importantes estrenos como los de Mastroiani y el gas, de Gabriel Cosoy, con Raquel Freijo, Adolfo Reccia y Pablo Domínguez, La edad de la ciruela, de Arístides Vargas con dirección de Oscar Lesa y La vajilla, de Patricia Suarez y dirección de Lito Senkman, con una de las mejores actrices de su generación como Judit Diment, a quién se la vio otorgar a su personaje, matices, con emoción y expresividad. Este estreno irá al regional de Río Cuarto, el año entrante.

Algo no habitual, fue que un segundo texto ganador del Premio Fray Mocho llegara a escena en la ciudad capital, al menos en unas pocas funciones; nos referimos a Las caricias perdidas, del teatrista Iván Cáceres de La Mandrágora, que el próximo año verá concretada su publicación por la Editorial de Entre Ríos.
Entre los disímiles – y menos escasos que hace unos años- espacios de Paraná, Rubén Clavenzani revitalizó con su propuesta unipersonal Aquél tiempo de hoy, la cómoda sala del Círculo Médico, y en La Vieja Usina, tuvo su sede buena parte de los interesantes espectáculos intervinientes es el 8vo. Circuito organizado por el Instituto Nacional del Teatro, que fueron acompañados por numerosas concurrencias.
Criaturas, la nueva versión del texto de Alberto Adelach realizada por Juan Carlos Izaguirre, recibió el premio mayor al ser seleccionada para representar a Entre Ríos en la próxima Fiesta Nacional del Teatro, luego de haberse presentado algunas veces en el Teatro 3 de febrero, y la actividad no cesó de producir diversas novedades en ciudades como Gualeguaychú, Concordia, Gualeguay y Victoria, entre otras. Dentro del repertorio nacional, Gustavo Morales estrenó Absentha, una de las obras capitales del dramaturgo porteño Alejandro Acobino tempranamente desaparecido hace dos años.
Las sucesivas acefalías en áreas de la cultura oficial, fueron unos de los costados oscuros del acontecer de cabotaje; la falta de políticas y de previsiones de los organismos específicos, llegó incluso al principal espacio de la ciudad –el Teatro Municipal-, afectando seriamente su uso y proyección.
Además se realizaron obras en la renovada Casa de Entre Ríos, en El coleguilla y en el Centro Cultural Juan L. Ortíz, entre otras salas.
No estamos en condición de asegurar si, en cuanto al teatro, esta última fue una década ganada; lo que sí parece es que la actividad, sus espacios y su vida, no fue perdida. A lo sumo, pensando en la Ley provincial que alguna vez se anunció, habrá sido de enjundioso empate.
martes, 19 de noviembre de 2013
Conmovidos...
Desde hace un tiempo, empezamos a hacer el ejercicio de, tras ver teatro, escribir algunas impresiones. Aquí, proponemos dos miradas en torno a Árbol sin sombra, de César Brie.
Una obra que descubre el alma
Raúl Dayub
Creo que no hay nada más poderoso que un actor
comprometido con su tiempo.
Ya no importa qué tipo de teatro haga, qué
clase de actuación, con qué iluminación trabaje, qué escenografía invente. Y si
es un teatro de denuncia, de protesta, político, o una mezcla de todo eso o no.
Nada de eso es importante porque todo, absolutamente todo lo que se ve y se
siente, está un poco más allá, bastante más allá.
César Brie con Árbol sin sombra, que se vio en el 8vo. Circuito Nacional de Teatro
que se hizo en Paraná, nos acercó a ese lugar donde la muerte se da el gusto de
morir tantas veces como personajes campesinos hace vivir.
No vale preguntarse por las palabras
pronunciadas desde ese micrófono que saturaba o por momentos estaba muy bajo,
por la sala de la Vieja
Usina que nunca es apropiada para escuchar con claridad, ni
por el calor imperante en esa función, ni por esa tribuna incómoda que trituraba
los meniscos.
Solo nos interesa ese frenético vuelo en
remolino del actor que disparó sus balas al corazón de los espectadores, unos
80 o 100, todos expectantes, en un miércoles... De cenizas tal vez, como
cenizas son y serán aquellos que reventaron a escopetazos en la masacre de
campesinos en Pando, de la que habla esta historia.
Su interpretación
ametralla la noche con un ramillete de perdigones que como soles vuelven a
iluminar la inocencia del mundo. Eso hace este tipo. Solo, solito y solo, hace
vivir y se viven con él, los muertos desgarrados y sin autopsia.
Fue la infamia puesta en un escenario bordeado
de cáscaras y hojas secas. Y esa calle en diagonal donde la sangre amarilla
-polenta con pajarito-, seduce con sutileza. Y nos terminan quedando las fotos
de los inocentes acribillados que revelan más infamia, más torturas, más
asesinatos.
Y vuelven a morir. Y vuelven a danzar. Con él
y en él, por los siglos de los siglos... como dicen los curas mezquinos de
memoria.
Cada noche, muere la muerte y renacen con este
viejo actor, esos pobres desgraciados que lucharon por lo suyo.
Y el baile en llamarada con ese pañuelo y ese
corpiño. Rojos. Rojos de sangre. Rojos de injusticia. Rojos como la ternura
precipitada en cada ensoñación detrás de la blancura cenicienta de esa melena
donde este actor, que ya es algo más que eso, se nos revela único.
Bailando y girando en trompo enloquecido, para
un lado y para el otro, nos demuestra que el teatro -él mismo hecho esa cosa
llamada teatro- es atravesado, fundido, por la muchedumbre de esos pobres
diablos que como fantasmas desolados vuelven a aparecérsele cada noche y lo
abrazan.
Y el balde lleno con la ropita al desnudo. Y
ese retorcer de tortura. Y el agua cristalina tiñéndose borravino. Y ese
golpazo de cada prenda mojada, navajazo que corta la noche en dos mitades
desiguales. Y esa transformación del hombre cualquiera hecho Cristo, un Cristo
muerto y sin resucitar, para ser tapado con un trapo hecho de tierra y lodazal.
Hubo sueños y hubo sangre y hubo muerte. Todo
mientras Dios dormía.
César Brie da muestra de un carácter extraordinario.
El tipo dice estoy aquí. Hago esto por ellos. Y no solo por ellos, también por
mí y por ustedes. Por los buenos, por los malos y por los mediocres. Por todos,
sí, claro que sí, por todos.
La próxima lluvia ojalá nos descubra el alma,
para poder preguntarle quiénes somos y sentirnos un poco menos desolados.
Una lección de teatro.
Al
cobijo de un árbol sin sombra
Mónica Borgogno
Una historia que busca afanosamente construir
la densidad y complejidad de la verdad. Esa parece ser la historia que cuenta
César Brie en Un árbol sin sombra.
Todas las aristas de un hecho y toda la vida sacudida por esas verdades y
también mil mentiras construidas como si fueran ciertas, en torno a la masacre
de campesinos ocurrida un 11 de septiembre de 2008 en Pando, Bolivia.
La obra se presentó en la Vieja Usina –en el
marco del Circuito Internacional de Teatro que organiza el INT-, justo cuando
se cumplían cinco años de aquél hecho. Se intuye que no hubo casualidad en
ello.
La iluminación de la obra vista y aplaudida
por tantos –tantos que hubo que programar una segunda función-, era fina y
precisa, así como la ubicación del público y del espacio escénico, los objetos
de la puesta, el texto, todo fue más que pensados. Aunque coincidimos, la sala
no es la más apropiada para teatro.
Párrafo aparte merece la destacada actuación
de este artista que peina canas pero luce entrenado y resalta sus dotes en el
escenario. Los giros y más giros que da sin perder el equilibrio, son apenas
una ínfima muestra de ello.
Es una pieza poco comparable. Es un teatro que
no puede encasillarse, profundo y comprometido porque no muestra las dos caras
de la verdad como rezan los postulados periodísticos. Va más allá esta
propuesta. Cuestiona el mismo principio de construcción de realidad pero también
denuncia complicidades varias y los impactos que, como balazos certeros, generó
ese haber sido testigo.
Podría decirse que es un biodrama pero queda
corta la definición y quizás esta dificultad mía, sea también un efecto buscado
del artista. La propia vida del actor aparece bamboleándose como los cuencos
que exhibe la puesta, entre la vida de los actores de su teatro en Bolivia que alguna
vez osaron proponerle un freno a sus denuncias o hacerlas “con seudónimo”.
También oscila de aquí para allá la vida de los campesinos muertos y sus
familias, las opciones y sabores amargos que deja el ser echado de un lugar
elegido y empezar a ser mirado de reojo, empujado, amenazado. “Dejé de ser el
artista reconocido para ser un argentino de mierda”, dice en un momento.
El mérito del trabajo, entre tantos, está en
la descarnada mirada política del asunto y la poética asumida para decir lo
complejo de las verdades. Está la voz de los muertos indefensos, del cura
cómplice y torturador, de los cívicos y militares y está también el silencio de
la prensa local que calló, no hizo preguntas ni difundió nunca los dos
documentales de César Brié, en el que salió por sus propios medios a buscar la
verdad e interrogar a unos y otros, descubriendo mentiras de uno y otro lado. "El
que calla otorga" como dice el personaje del sacerdote que antes de tomar
la decisión de avanzar y matar, le pregunta a Dios qué hacer y ante su no
respuesta, avanza.
En suma, una lección de buen teatro y algo
más.
Celebramos la llegada a Paraná de este artista
que en ocasiones anteriores nos deleitó con Karamazov,
su versión de la novela de Dostoievski, El
mar en el bolsillo y La Ilíada.
Ahora vimos Árbol sin sombra y no supimos más que decir o preguntar, de puro
conmovidos, pero aplaudimos. Y al final, dieron ganas de abrazar.
miércoles, 6 de noviembre de 2013
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