Daniel Freire y Miguel Ángel Sola, saludaron al público paranaense.
El actor y dramaturgo Raúl Dayub, la bibliotecaria Norma Sánchez, Daniel Freire y Nancy Jacob, directora del Teatro 3 de Febrero.
Ya en la vereda del teatro, la revista La Otra Butaca se iba de la mano de los actores.
Alcanzamos a felicitar a los envenenados del teatro y nos prometieron entrevista, mail mediante. A nuestros lectores les decimos "paciencia", que en próximas publicaciones podrán leer sus respuestas. A continuación, compartimos, una lectura de la obra que se vio este jueves 14 en el 3 de Febrero.
De venenos y antídotos posibles
Guillermo Meresman
El veneno del teatro, de Rodolf Sirera
en versión de José María Rodríguez Méndez, dirección de Mario Gas, con escenografía
de Paco Azorin y la iluminación de Juan Cornejo, es una obra que, sabiendo de
reflexiones y preocupaciones muy humanas, se propone como trampolín para el
destacado trabajo actoral de la dupla integrada por Miguel Ángel Sola y Daniel
Freire. A eso pareció apostar el director catalán de esta nueva coproducción
española-argentina, que se prepara para recorrer nuevos escenarios de los cinco
continentes.
Una puesta
austera pero no pobre, acompaña la evolución del conflicto planteado por un
texto escrito en 1978, que se sostiene aún en este globalizado siglo XXI, tan
demandante de nuevas retóricas escénicas. Es un texto que parece dialogar con
el pensamiento de Diderot, Stanislavsky o, entre nosotros, el también catalán
Antonio Cunil Cabanellas.
La pieza formula
una exploración en el vínculo de dos hombres, uno actor y el otro empresario,
científico, “amo y señor”, y exhibe una investigación y reflexión en torno a la
teatralidad, la estética, la ética, la muerte humana, la ficción por oposición
a la verdad. En este punto, se plantea un teatro de tesis, filosófico, en el
que los intérpretes deben acompañar un argumento metateatral, que prescinde
tanto de rebuscadas imágenes, como de otros recursos ajenos a lo sustancial:
las palabras, los cuerpos, las ideas y los temores de cualquiera, o mejor en
este caso, de un actor de gran prestigio ubicado ante el desafío de reconocer
sus conductas ante la privación de la libertad de la que es objeto.
La acentuación
de esta especie de thriller policial, provoca dudas acerca de qué es actuar,
qué es una obra de teatro o el teatro mismo. Es una obra que invita a pensar y
definir la verdadera esencia del veneno del teatro. Ese veneno que hace que dos
actores puedan conmovernos tanto. En la obra, un actor que actúa de actor famoso
es obligado a representar esos minutos previos a la muerte del maestro de la
mayéutica griega, Sócrates.
¿Cuál es el
sentido de la vida, qué objeto tiene el teatro para la humanidad, cómo se
vincula con los poderes terrenales?, son algunos de los dilemas que se les
plantean a los espectadores.
En este sentido,
tras la función de El veneno del teatro,
uno puede leer elocuentes guiños al Kafka de Ante la Ley, a Thomas de Quincey y el modernista Boudelaire, todos autores
que se valen de materialidades oníricas o fantásticas y de provisorias
respuestas de Freud y otros contemporáneos husmeadores del alma humana,
procurándose antídotos contra la finitud, el dolor de la agonía y la banalidad
de la vida terrena.
Con solvencia,
Solá-Freire, Freire-Solá, forman un tándem que con el texto dramático y la
puesta en escena, invitan a volver a cotejar la densidad y el milagro de la
vida cultural, en una sociedad en la que a veces y no siempre, el progreso
otorga respuestas y abre nuevas preguntas acerca de la vanidad, el poder, la
traición y el orgullo.
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